El artículo «Optical brighteners: history and technology» de Rachel Mustalish, publicado en el año 2000, explora de manera detallada la evolución histórica y el desarrollo tecnológico de los blanqueadores ópticos. Estos materiales, también conocidos como agentes blanqueadores fluorescentes o blanqueadores ópticos, son una clase de compuestos químicos que absorben luz principalmente en el rango ultravioleta y emiten luz en el rango visible, lo cual intensifica el brillo del sustrato.
La investigación sobre materiales que parecen brillar o emitir luminosidad se remonta al siglo XVII. En 1852, G.G. Stokes estableció las leyes de la fluorescencia, mientras que en 1921, A.V. Lagoria descubrió que ciertos colorantes presentaban radiación de excitación en el rango ultravioleta y emisión en el rango visible. El descubrimiento de un blanqueador óptico natural en el castaño de indias por Paul Krais en 1929 marcó un hito importante en el desarrollo de estos materiales, aunque no fue hasta la década de 1930 que se realizaron avances significativos en su aplicación tecnológica.
En la década de 1930, los investigadores Merkel y Wiedfand propusieron el uso de stilbeno como base para los blanqueadores ópticos. Esto facilitó la invención del primer blanqueador óptico sintético por Imperial Chemical Industries en 1934, propulsando su uso en diversos productos comerciales como protectores solares, celofán y envolturas para alimentos. Durante la década de 1940, se llevaron a cabo desarrollos adicionales, culminando con la creación del Blankophor, una estructura química derivada del ácido cianúrico.
El uso de blanqueadores ópticos se extendió rápidamente a diversas industrias, incluida la textil y la de procesamiento de papeles. Durante los años 40 y 50, estos compuestos se utilizaron en seda y lana, aunque con problemas asociados de amarilleo y aceleración de la degradación de las fibras tratadas. En la manufactura de papel, hubo adaptación en técnicas debido a la sensibilidad de los blanqueadores a factores como el pH y la temperatura. Esto permitió el uso eficiente de estos compuestos para la mejora de la blancura y estabilidad del papel, a pesar de las complicaciones inherentes al proceso.
El artículo también aborda el impacto de los blanqueadores ópticos en la conservación del arte y la propiedad cultural. Los blanqueadores ópticos afectan la longevidad y la apariencia de las obras de arte, especialmente las de la segunda mitad del siglo XX. Los tratamientos de conservación pueden solubilizar estos blanqueadores, causando su desplazamiento dentro o fuera del sustrato, lo que puede alterar la obra a lo largo del tiempo. Se menciona que la identificación de la presencia de estos compuestos puede ser difícil y requiere métodos analíticos específicos.
En conclusión, los blanqueadores ópticos han revolucionado numerosas industrias y han redefinido nuestras expectativas respecto a la blancura de los materiales. Aunque su identificación y manejo en obras de arte pueden representar un desafío, su impacto en la estética y percepción de materiales modernos es incuestionable.